lunes, 29 de febrero de 2016

Tercera parte de “El Método de los Deseos Cumplidos” (Artículo 1)


¿Cuál es el nivel al que me sentiría orgulloso?
Trasciende tus límites
Vincent van Gogh afrontó su primer intento de obra maestra, The potato eaters, tras tomar el siguiente compromiso: “He de pintar lo que aún no soy capaz para así aprender cómo hacerlo”. La clase de pensamiento que posee la audacia de la ausencia total de limitaciones. Este es el nivel al que me gustaría conducirte durante esta jornada.
Idea básica: un límite es el síntoma de un miedo, y un miedo es una creencia deformada de la realidad.
Resulta que aquello en lo que crees es lo que se convierte en tu siguiente realidad.
Pero ¿Cómo deshacerse de una limitación? ¡Ignorándola! Matándola de aburrimiento. Lo digo completamente en serio, no hagas ningún caso si alguien dice que esto o aquello no puede hacerse. Señala un límite a un niño y lo conservará por el resto de su vida. Los límites sobreviven en las mentes que aceptan límites. Los atletas rebajan sus marcas porque no creen en límites. Colón descubrió un continente porque ignoró los límites.
Después de un seminario alguien me preguntó: ¿Cómo puedo identificar los límites? “Examina tus creencias –le respondí— y conocerás los límites de tu vida. Tus reglas no escritas establecen a cada momento lo que es posible y lo que no. Eres libre de creer lo que quieras y en base a tu libertad, también puedes cambiar tus reglas”. Al cabo de unos meses, me escribió: había iniciado un prometedor negocio. Final feliz.
Me gusta recordar que no hay problemas imposibles sino mentalidades imposibles, más allá, el problema simplemente no existe. Es lo que llamo ser más grande que el más grande de los problemas. Crecer por encima del problema para dejarlo atrás. En realidad, ¡Tú tamaño —y no el del problema— es lo que cuenta!
Es momento de preguntarte si deseas jugar a un juego más fuerte para el cual deberás trascender tus techos de cristal. ¿Te interesa? Este texto pretende sacar a la superficie toda tu grandeza. Sé que muy pocas personas te habrán animado "a ser grande” de veras, pero mi trabajo es justamente ayudarte a ello.
Seleccioné diez buenas preguntas para desatar a la mejor versión de ti. Te invito a que las contestes por escrito
1.       ¿Cuál es el mayor resultado que te puedes imaginar?
2.       ¿A qué nivel el éxito sería definitivo?
3.       ¿Hasta dónde deseas llegar?
4.       ¿Dónde estarías orgulloso de ti?
5.       ¿Qué es lo que te detiene?
6.       ¿En qué piensas en pequeño?
7.       ¿Qué es lo que te pides? ¿Y qué es lo que no?
8.       ¿En qué no alcanzas tu máximo?
9.       ¿Dónde puedes ampliar tu esfuerzo para conseguir el doble?
10.    ¿En quién te convertirás cuando lo hagas realidad?
Amplía tu juego, sube tus expectativas, señala algo más grande. Por favor, éste es un asunto que no debería guardarse en el museo de los sueños por cumplir. Luego para ser grande el resto de tu vida. Creo, sin miedo a equivocarme, que aún no has soñado tus sueños más grandes. Todas las personas que han usado la palabra “imposible”, tarde o temprano, se ha demostrado que se equivocaron.
Vayamos un paso más allá. ¿Has pensado cuál sería un "resultado de escándalo”? imagínalo tan grande como puedas y haz girar tus días entorno a esa visión. Si puedes imaginar un nivel de logro en el cual ya no hay problema, las siguientes tareas desatarán el genio que hay dentro de ti:
1.       Desempolva una habilidad infrautilizada.
2.       Prueba una estrategia nueva.
2.       Trasciende o rebaza para siempre tu peor dificultad.
Pídete el doble. Eleva tu sueño a su máximo tamaño. Por ejemplo, puedes: "ganar el doble”, "disfrutar el doble”, "disponer del doble de energía”, "conseguir el doble de tiempo libre”... ¿A qué nivel te sentirías orgulloso de ti mismo?
Mi sugerencia: amplía el sueño, conviértelo en una experiencia completa. Sabrás que el tamaño de tu sueño es adecuado si imaginarlo te deja sin respiración.

La impaciencia, un síntoma de desconfianza
Reconozco que hubo un tiempo en el que creía que la impaciencia formaba parte de mi carácter. O de mis genes. O de mi carta astrológica. No fue hasta bien tarde, cuando aprendí que la impaciencia significa ¡una falta severa de confianza! En mis días de adolescente, vivía sumido en la impaciencia por casi todo. Recuerdo que necesitaba ver las cosas cuanto antes, porque si no las veía, no podía creer en ellas. Años más tarde descubrí que la impaciencia es el deseo de llegar al resultado sin querer pasar por el proceso necesario. Así de simple.
Con el tiempo, he aprendido a moderar mi impaciencia; es decir, a disolver mi desconfianza. De hecho, ahora, cuanta más confianza muestro, más rápido sucede todo en mi vida. Me gusta creer que si fuera capaz de generar confianza absoluta, al cien por ciento, mis deseos se cumplirían ¡Al instante! Por el momento, y con el actual grado de comprensión, debo aceptar cierto tiempo entre la formulación de un deseo y su cumplimiento.
He comprobado que el tiempo que las cosas se toman para suceder es siempre el adecuado, al margen de las exigencias de nuestra agenda.
E incluso entendí por qué no suceden ciertas cosas. Con la perspectiva del tiempo, ¡Cuántas veces me he alegrado que algo no ocurriera!
-      ¿Qué es más importante la dirección o la velocidad?
-      La dirección. Pero ¿Cuánto tiempo tardaré en llegar?
-      El necesario. Ni un segundo más, ni un segundo menos, pues fuera de ese preciso instante el logro ¡No es posible! Todo en la vida tiene su momento.
El concepto de "momento perfecto” puede parecer una noción un tanto extraña. Nada de eso, se trata de física de última generación. ¿Que un segundo no tiene importancia? Pues sí que la tiene. En el mundo subatómico de las partículas elementales, la tiene. Una simple diferencia infinitesimal de tiempo en un evento cuántico haría imposible la materia y también las reacciones químicas que dan origen a la vida.
Los científicos lo llaman el “ajuste fino” en la génesis del universo. Si tras el big-bang la velocidad de expansión del universo hubiese sido una mil millonésima mayor o menor de lo que fue, hoy no estaríamos aquí hablando de ello. Gracias al “ajuste fino”, el universo es sólido y no una mezcla de radiación y gas. El mundo material existe porque las partículas elementales siguen el ritmo del momento justo, ni una milmillonésima de segundo antes ni una milmillonésima de segundo después.

El tiempo cuenta.

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