Se trata de
la sencilla historia de un picapedrero.
¿Cómo puede un picapedrero abrir un gigantesco canto rodado? Empieza por
utilizar un enorme martillo con el que golpeaba la roca granítica con toda la
fuerza que puede. La primera vez que la golpea no le hace ni una muesca, no le
arranca ni un trocito, nada. Retira el martillo y vuelve a golpear un ay otra
vez, 100, 200, 300 veces, sin producir una sola grieta.
Después de
tanto esfuerzo, la roca no muestra ni la más ligera grieta, pero él sigue
golpeándola. A veces, pasa gente a su lado y se ríe de su persistencia cuando
es evidente que sus acciones no están teniendo él menor efecto. Pero un
picapedrero es muy inteligente. Sabe que, por el hecho de no ver resultados
inmediatos de las acciones que realiza, eso no quiere decir que no se esté
haciendo ningún progreso. Continúa golpeando la roca en diferentes puntos, una
y otra vez, y en algún momento, quizá cuando lleve 500 o 700 golpes, o en el
que hace 1.004, la piedra no sólo se astilla, sino que se abre literalmente por
la mitad. ¿Ha sido ese único y último golpe el que ha abierto la piedra? Desde
luego que no.
Ha sido la
presión constante y continua que ha aplicado al desafío al que se enfrentaba.
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