Tal vez estés pensando como Gloria, la chica que fue nana de
mis dos últimos hijos, ella soñaba igual que muchas chicas, amantes de la
flojera y de la comodidad. Recuerdo una tarde de Domingo, le pregunté cuáles
eran sus aspiraciones en ese momento de su vida, a lo que me contestó con toda
naturalidad, pues “casarme con un viejito que sea rico, que se muera pronto
para quedarme con todo y así después buscar otro marido de mi edad”
¡Y lo logró!
Se casó con un
“gringo viejito” ex militar pensionado de la guerra de Corea. Se fue a vivir con él, pero muy poco le duró
el gusto, porque pronto se dio cuenta de su error, “el viejito” murió de cáncer
pulmonar y ella tuvo que regresar a su casa, peor que como salió, porque la
casa donde vivían era rentada y lo único
que tenía “el viejito rico”, que era su
pensión, se la entregaron a un hijo menor de él que seguía viviendo en la Unión
Americana y los sueños de riqueza, por
supuesto… ¡Se esfumaron! Sólo trabajó como criada y enfermera improvisada las
24 horas del día… y sin sueldo por más de cinco años.
Ya pasado algún tiempo, unos meses después del suceso, nos encontramos y nos saludamos alegremente
pero, al mismo tiempo aprovechó para decirme que yo le había “echado la
sal” porque le advertí que estaba tomando una mala
decisión.
Pues así como Gloria, hay muchos seres humanos que no son
capaces de aceptar sus errores, buscan culpables a como dé lugar, buscan
ansiosamente a quién echarle la culpa de sus problemas, de sus malas decisiones
o más bien, poner fuera de ellos la
responsabilidad, por eso viven una vida mediocre y llena de miedos… son como pozos vacíos llenos de alimañas, viviendo en medio de la
frustración, la soledad y el rechazo hacia sí mismos y hacía los demás.
A ti que me estás leyendo, que no te pase
lo que a Gloria, confía en ti y en todos esos recursos que Dios te dio, como es
tu inteligencia y… ese cuerpo que tienes, que es una bellísima obra de
ingeniería humana que solamente Dios mismo pudo haber puesto en ti, ¡Confía en
ti ante todo! Porque… tú eres principio
y fin de ti mismo.
Lo anterior, me hace recordar un pasaje de mi infancia,
cuando jugaba con mis hermanos en el terreno de Don Bernardo, parecía un lugar
mágico, de fantasía, sólo estaba bardeado por ramas secas y piedras escasas,
mal acomodadas por cierto, era muy grande y en medio estaba una choza de adobe;
cerca de ella, un árbol frondoso que casi la cubría toda, parecía una casita de
cuento, en su interior todo era abandono y sólo quedaba un rústico fogón donde
él hacia su comida; era un lugar muy solo y silencioso, y por eso teníamos
prohibido por mi papá ir a jugar ahí, pero para nosotros era aventura, porque
decían los vecinos que en ese lugar, ahí donde estaba precisamente el árbol, había
un tesoro escondido, que era el patrimonio de aquel anciano solitario, que en
otros tiempos fuera un comerciante muy rico.
Recuerdo que nos escapábamos a escondidillas de mi papá,
cuando él se iba a trabajar, íbamos a
jugar ahí, después claro, de terminar las tareas escolares.
Nuestro objetivo era encontrar el tesoro, cavamos como
desesperados y nada, así pasaron días y nada, hasta que un día mi hermano Pedro
topó con algo, era una losa negra, y…
¡Oh sorpresa! Cuando acordamos mi papá estaba cerca de nosotros, no lo vimos venir… grande fue la lección que
recibimos, que no nos quedaron ganas de volver a buscar el tesoro.
Pasaron los años… hoy ya de adulto cada que paso por ahí,
recuerdo con nostalgia ese lugar, donde disfrutaba y compartía con mis hermanos
menores aquellas fantasías de mi niñez.
Así somos la mayoría de los seres humanos, vamos por la vida
buscando tesoros ajenos, viviendo distraídos y sin darnos cuenta del
maravilloso tesoro que somos nosotros mismos.
Sin embargo, no somos culpables por no sentirnos valiosos,
más bien somos el resumen de todas aquellas circunstancias que nos han
devaluado y que nos han hecho enfocar más en nuestras limitaciones y
debilidades que, en toda esa gama de
recursos y habilidades que poseemos por naturaleza.
Hagamos un ejercicio ahora mismo:
Dedícate 10 minutos de tu tiempo.
1.
Toma una hoja tamaño
carta y haz una raya medio, divídela en
dos, escribe una lista de todas aquellas limitantes y debilidades que han
arruinado tu vida.
2.
Haz otra lista de todos
aquellos recursos y habilidades con los que cuentas, de los que te sientes
orgulloso.
3.
Al terminar, compara
y date cuenta qué sensación te produce cada una de tus listas. Checa qué
descubres al compararlas.
Dedícate este tiempo a reinventarte y una vez que hayas
terminado, compara y saca tus conclusiones.
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