martes, 30 de abril de 2013

Feliz dia del niño interior



Es tan real como tu alma, atemporal, y vive dentro de ti, esperando el momento de que te des cuenta y fijes tu mirada en sus ojos.
 Tu niña o tu niño interior existe, es tu alegría, tu capacidad de desenfadarte, tus ganas de soñar, tu ilusión, las cosas que valen la pena, el amar por el placer de amar, el compartir por diversión sin esperar nada a cambio, aquello que realizas con todo tu ser, la expresión de tu creatividad y de tu belleza.

            Sería difícil definirlo en una sola expresión, porque participa de muchos de los talentos de nuestro ser de energía. Así que lo justo es describirlo con todo aquello de lo que forma parte:

            Desde un punto de vista energético, comprendiendo que cada persona es un ser de luz viviendo una experiencia física, el niño interior es aquella parte de tu energía que te conecta desde fuera, lo más externo físicamente, hasta lo más interno, el alma. Esta conexión, este niño interior, vive en el corazón, este es su hogar. Es el amor y la ternura hacia ti.

            En el momento en el que tu cuerpo, tu mente, tus emociones se rigen desde el corazón y desde el amor hacia ti mismo, en ese momento es cuando te fundes con tu niño interior y sois un solo ser. Ahí es cuando sientes amor, por ti, por las personas y por todo lo que te rodea. No es un amor ilusorio en el que te sientas por encima de los demás, mejor o peor que nadie. No es un espejismo que desaparece en cuanto te enfrentas a tu propia realidad o a la de los demás. Es el amor que nace de la aceptación de tu persona, de la humildad, del valor y el reconocimiento hacia ti, de la ternura hacia ti. Y al encontrarlo en tu interior, lo encuentras en cada cosa, en los demás, sean conscientes o no, lo vivan o no. Porque aunque no lo vivamos en un determinado momento, está ahí, siempre estuvo ahí.

            Desde otro punto de vista, sentir al niño interior es pararse,  y descubrir qué sientes, qué quieres realmente, cuál es tu voz entre todas las voces que hay en tu mente. Es el cuidado por tu corazón, tu integridad, tu humanidad, tu inocencia, tu sonrisa, tus ganas de reír, de compartir, de amar y de crear.

            Así que da igual el punto desde el cual nos aproximemos a nuestro niño interior. Desde experimentar nuestra esencia como ser de energía, o experimentar nuestra esencia amorosa como ser humano. Es lo mismo con diferentes nombres y diferentes caminos, lo importante del camino es que te lleve a ti.

La relación con el niño interior, lo que nosotros pensamos y lo que realmente es
 
Imagina que fuese posible estar sentada delante de la niña que eras cuando tenías dos años y mirarla a los ojos. Para lograrlo es tan sencillo como verte sentada en el suelo frente a esa niña. Ya estaríamos cambiando algo: nuestra actitud, la balanza de nuestro ego y nuestra humildad. Y realmente se empieza así, sentándote frente a esa niña. Está al alcance de todas las personas, no es necesario más que pararse un momento.
 
Puestos en el momento de realizar este encuentro, muchas veces va por delante nuestra cabeza pensando, anticipándose a qué se va a encontrar: cuál va a ser la mirada de ese niño, cuáles van a ser sus sentimientos hacia nosotros. Y es curioso cómo sin pararnos nunca a pensar que tuviésemos una niña, un niño interior, en ese mismo momento en que lo conocemos (si es que no sabíamos ya de su existencia) sentimos que tenemos la responsabilidad de cuidarlo.


Los tipos de relación que pueden surgir tras ese primer encuentro pueden ser muy diferentes:

La persona y su niño interior son un solo corazón, su amor hacia sí misma y hacia los demás se desprende de sus ojos, de sus manos, de sus palabras, de sus acciones.

La persona que se siente, se acepta, quiere y valora, que disfruta viendo a su niña interior llena de vida, jugando con ella, abrazándola, escuchándola, y poco a poco juntas caminan hacia un solo ser, sin dualidad, sin separación.

La persona que quiere, protege a su niña, la consuela, la acepta, la abraza y la besa. Que ya está en el camino de la acción, de pasar a cuidar de la persona que es, pero que aún no se siente capaz o con la suficiente confianza, y empieza por proteger y cuidar a su niña interior. A veces esta situación genera sentimientos de impotencia y frustración porque puedes sentir que esa niña necesita cuidado pero no sabes cómo proporcionárselo.

La persona que siente indiferencia hacia su niño interior: sabiendo de su existencia, no siente empatía ni responsabilidad alguna en su cuidado.

La persona que ahoga su niño interior, que se da cuenta de la existencia de esa parte de sí misma y quiera acallarla en un intento vano y desesperado por ser todo lo que los demás le han dicho que debe de ser, para sentirse merecedora del amor y la aceptación externa. Es un intento destinado al sufrimiento y al fracaso, ya que aunque existiese la posibilidad de contentar todas esas exigencias, habría que valorar si esa persona sería feliz, ya que las voces de los demás responden a sus propias necesidades, no a las nuestras.

La persona que ve a su niño interior triste y no se siente digna de presentarse ante ella. Piensa que el niño no va a aceptar al adulto que es, que le va a juzgar. Siente culpa por todo lo que no ha hecho por sí misma. Pero lo cierto es que el niño interior no nos critica, no se siente decepcionado por la persona que somos; y la tristeza que podemos ver en esos ojos profundos responde al vacío y la soledad que hay en nuestra vida. Es como si se cambiasen los papeles, como si el niño fuera la madre o el padre, la persona amorosa, protectora, paciente, guía sabia, y nos viese a nosotros, a su pequeña hija/hijo, y sintiese un inmenso amor, comprensión, preocupación por nosotros. Es curioso, porque esto que ocurre no es lo que esperábamos, ya que estamos tan acostumbrados a juzgarnos y a que nos juzguen, que ver la ternura, la comprensión hacia nosotros en los ojos del niño realmente nos sorprende.
           
            La niña o el niño interior nos ayudan a reconocer nuestra propia voz. A desnudarnos de todo aquello que no somos. Nos lleva de la mano (y no al revés) hacia nosotras mismas para que veamos a través de sus ojos la persona que somos, y esto quiere decir TODA la persona que somos: no solo aquello que ya nos hemos dado cuenta de que no podemos ocultar a los ojos de la niña (nuestras máscaras, nuestras heridas, nuestras exigencias, nuestros apegos) y que mostramos con cierta resignación y vergüenza. Afortunadamente para nuestra niña interior, la visión de todo lo que somos no está distorsionada y nos ve como seres completos. Por eso es tan especial vernos a través de sus ojos:
          Ver cuánto nos quiere, que nos acepta enteros, que valora hasta el más pequeño de nuestros logros, que es testigo de nuestros esfuerzos, de nuestra belleza, nuestro entusiasmo, nuestra capacidad para levantarnos y volver a intentarlo, nuestra ternura, nuestro compañerismo, nuestra risa. Es curioso que a veces, hasta que te asomes a la mirada de tu niña interior, no eres consciente de lo que ve en ti.

            A lo largo del tiempo, la relación con nuestro niño interior puede cambiar, y pasar por distintas etapas. Lo que realmente no varía es que la integridad y el amor de nuestro niño por nosotros es permanente.

            Dicho de esta manera, parece que sólo hay cosas dichosas en nuestro interior, nuestro niño está feliz esperándonos. ¿No hay heridas? Claro que las hay. Nos han enseñado desde pequeños a fijarnos más en las heridas que en todo lo demás. De esta manera creamos una visión irreal de nosotros mismos, y desde esta visión nos relacionamos con nuestro interior y con el mundo. Pensamos, y nos hemos acostumbrado a sentir, que somos personas con muchas “manchas-defectos-imperfecciones-heridas”, pero si pudiésemos vernos en la totalidad de nuestro ser, contemplaríamos cuánta belleza y armonía tenemos, y que esas “manchas” no pueden ni podrán empañar nunca nuestra luz interior, tan sólo tenemos que recordar esto. Por eso, el primer viaje hacia ti que sea a tu ternura, a tu amor propio, y ahí, donde encuentres un poquito, quédate hasta que crezca lo suficiente, para que sientas la confianza y la fuerza que te da este encuentro positivo, y entonces estarás listo para ocuparte de tus heridas, con delicadeza, o de aquellas cosas de ti que notas que limitan tu libertad, la expresión de tu ser.

            No te pelees con tus “manchas”, porque también son una expresión de ti, un aprendizaje, una experiencia, y pueden ser una forma a través de la cual caminar hacia tu libertad. Además, las supuestas “manchas” forman parte de todo tu ser, de la manera irrepetible, preciosa y valiente que has escogido para estar en el mundo. Por eso cuando ya las hayas integrado, no ocultes su cicatriz, su existencia, porque forman parte de tu singularidad y belleza.

            Si estas palabras resuenan en tu interior, busca si quieres un momento para ti, siente cómo respira tu cuerpo, escucha cómo late tu corazón, y ahí, en tu corazón, imagina un espacio cálido y agradable donde te ves sentada. Pide, visualiza, siente, llama a tu niña interior. Ve delante de ti a una personita de 2 años. Mírala a los ojos, sin presuponer. Conecta tu mirada con la suya… Este es el comienzo de una gran aventura, disfrútala.

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