La dimensión colectiva del cuerpo del dolor tiene distintas
ramificaciones. Las tribus, las naciones y las razas tienen sus propios cuerpos
colectivos, algunos más pesados que otros, y la mayoría de los miembros de la
tribu, la nación o la raza participan de ellos en mayor o menor medida.
Casi todas las mujeres participan del cuerpo femenino del dolor
colectivo, el cual tiende a activarse especialmente antes de la menstruación.
En ese momento, muchas mujeres se sienten invadidas de emociones negativas.
La supresión del principio femenino, especialmente durante los
últimos 2.000 años, le ha dejado el espacio al ego para imponer su supremacía
en la psique colectiva de la humanidad. Aunque es obvio que también las mujeres
tienen ego, éste encuentra terreno más fértil para echar raíces en la forma
masculina en lugar de la femenina. Esto se debe a que las mujeres se identifican
menos con la mente que los hombres. Permanecen en mayor contacto con el cuerpo
interior y la inteligencia del organismo donde se originan las facultades de la
intuición. La forma femenina está menos rígidamente encapsulada que la
masculina, es más abierta y más sensible a otras formas de vida, y está en
mayor sintonía con el mundo natural.
Si no se hubiera destruido el equilibrio entre la energía
masculina y femenina en nuestro planeta, el crecimiento del ego se habría visto
obstaculizado en gran medida. No le habríamos declarado la guerra a la
naturaleza y no estaríamos tan completamente alejados de nuestro Ser.
Nadie conoce las cifras exactas porque no hay registros de
la época, pero parece que durante un período de 300 años, el Tribunal de la
Santa Inquisición torturó y asesinó entre 3 y 5 millones de mujeres. Esa
institución fue fundada por la Iglesia Católica para suprimir la herejía. No
hay duda de que, junto con el Holocausto, ese período se nos presenta como uno
de los capítulos más sombríos de la historia de la humanidad. Bastaba que una
mujer mostrara amor por los animales, caminara sola en los campos o los bosques,
o recogiera hierbas medicinales, para que se le tildara de bruja y después se
le torturara y quemara en la hoguera. La feminidad sagrada fue declarada de
maníaca y prácticamente desapareció de la experiencia humana toda una
dimensión. Otras culturas y religiones como el judaísmo, el islamismo y hasta
el budismo, también suprimieron la dimensión femenina, aunque de manera menos
violenta. La situación de la mujer se redujo a ser el vehículo para traer hijos
al mundo y a ser propiedad del hombre. Los hombres que negaron nuestro aspecto
femenino, incluso en su interior, pasaron a dirigir el mundo, un mundo
totalmente desequilibrado. El resto es historia o más bien una historia de
casos de locura.
¿Quién tuvo la culpa de este miedo por lo femenino, que puede
describirse solamente como una paranoia colectiva aguda? Podríamos decir que
los culpables fueron los hombres, naturalmente. Pero entonces, ¿Por qué en tantas
civilizaciones precristianas como la sumeria, la egipcia y la celta las mujeres
eran respetadas y no se le temía al principio femenino sino que se le veneraba?
¿Qué fue lo que hizo que los hombres se sintieran amenazados por las mujeres?
El ego que evolucionaba en su interior. Sabía que solamente a través de la
forma masculina podría controlar totalmente nuestro planeta y que, para hacerla,
debía inutilizar a la forma femenina.
Con el tiempo, el ego se apoderó también de la mayoría de
las mujeres, aunque nunca pudo afianzarse tan profundamente en ellas como en
los hombres.
Ahora vivimos una situación en la cual se ha interiorizado
la supresión de nuestro aspecto femenino, incluso en la mayoría de las mujeres.
Muchas de ellas, puesto que lo sagrado de lo femenino está suprimido, lo
sienten en forma de dolor emocional. En efecto, se ha convertido en parte de su
cuerpo del dolor, junto con el sufrimiento infligido a las mujeres durante
miles de años a través del parto, las violaciones, la esclavitud, la tortura y
la muerte violenta.
Pero las cosas están cambiando rápidamente. Muchas personas
comienzan a tomar conciencia y el ego comienza a perder su dominio sobre la
mente humana. Puesto que el ego nunca se arraigó profundamente en las mujeres,
está perdiendo su ascendiente sobre ellas con mayor rapidez que sobre los
hombres.
(Una Nueva Tierra, Eckhart Tolle)
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