viernes, 26 de septiembre de 2014

Buscando tesoros ajenos



Tal vez estés pensando como Gloria, la chica que fue nana de mis dos últimos hijos, ella soñaba igual que muchas chicas, amantes de la flojera y de la comodidad. Recuerdo una tarde de Domingo, le pregunté cuáles eran sus aspiraciones en ese momento de su vida, a lo que me contestó con toda naturalidad, pues “casarme con un viejito que sea rico, que se muera pronto para quedarme con todo y así después buscar otro marido de mi edad”
 ¡Y lo logró!
Se casó con un  “gringo viejito” ex militar pensionado de la guerra de Corea.  Se fue a vivir con él, pero muy poco le duró el gusto, porque pronto se dio cuenta de su error, “el viejito” murió de cáncer pulmonar y ella tuvo que regresar a su casa, peor que como salió, porque la casa donde  vivían era rentada y lo único que tenía “el viejito rico”,  que era su pensión, se la entregaron a un hijo menor de él que seguía viviendo en la Unión Americana y los sueños de riqueza,  por supuesto… ¡Se esfumaron! Sólo trabajó como criada y enfermera improvisada las 24 horas del día… y sin sueldo por más de cinco años.
Ya pasado algún tiempo, unos meses después del suceso,  nos encontramos y nos saludamos alegremente pero, al mismo tiempo aprovechó para decirme que yo le había “echado la sal”  porque  le advertí que estaba tomando una mala decisión.
Pues así como Gloria, hay muchos seres humanos que no son capaces de aceptar sus errores, buscan culpables a como dé lugar, buscan ansiosamente a quién echarle la culpa de sus problemas, de sus malas decisiones o más bien,  poner fuera de ellos la responsabilidad, por eso viven una vida mediocre y llena de miedos…  son como pozos vacíos  llenos de alimañas, viviendo en medio de la frustración, la soledad y el rechazo hacia sí mismos y hacía los demás.
A ti que me estás leyendo, que no te pase lo que a Gloria, confía en ti y en todos esos recursos que Dios te dio, como es tu inteligencia y… ese cuerpo que tienes, que es una bellísima obra de ingeniería humana que solamente Dios mismo pudo haber puesto en ti, ¡Confía en ti ante todo!  Porque… tú eres principio y fin de ti mismo.

Lo anterior, me hace recordar un pasaje de mi infancia, cuando jugaba con mis hermanos en el terreno de Don Bernardo, parecía un lugar mágico, de fantasía, sólo estaba bardeado por ramas secas y piedras escasas, mal acomodadas por cierto, era muy grande y en medio estaba una choza de adobe; cerca de ella, un árbol frondoso que casi la cubría toda, parecía una casita de cuento, en su interior todo era abandono y sólo quedaba un rústico fogón donde él hacia su comida; era un lugar muy solo y silencioso, y por eso teníamos prohibido por mi papá ir a jugar ahí, pero para nosotros era aventura, porque decían los vecinos que en ese lugar, ahí donde estaba precisamente el árbol, había un tesoro escondido, que era el patrimonio de aquel anciano solitario, que en otros tiempos fuera un comerciante muy rico.
Recuerdo que nos escapábamos a escondidillas de mi papá, cuando él se iba a trabajar,   íbamos a jugar ahí, después claro, de terminar las tareas escolares.
Nuestro objetivo era encontrar el tesoro, cavamos como desesperados y nada, así pasaron días y nada, hasta que un día mi hermano Pedro topó con algo, era una losa negra,  y… ¡Oh sorpresa! Cuando acordamos mi papá estaba cerca de nosotros,  no lo vimos venir… grande fue la lección que recibimos, que no nos quedaron ganas de volver a buscar el tesoro.
Pasaron los años… hoy ya de adulto cada que paso por ahí, recuerdo con nostalgia ese lugar, donde disfrutaba y compartía con mis hermanos menores aquellas fantasías de mi niñez.

Así somos la mayoría de los seres humanos, vamos por la vida buscando tesoros ajenos, viviendo distraídos y sin darnos cuenta del maravilloso tesoro que somos nosotros mismos.

Sin embargo, no somos culpables por no sentirnos valiosos, más bien somos el resumen de todas aquellas circunstancias que nos han devaluado y que nos han hecho enfocar más en nuestras limitaciones y debilidades que,  en toda esa gama de recursos y habilidades que poseemos por naturaleza.

Hagamos un ejercicio ahora mismo:
Dedícate 10 minutos de tu tiempo.
1.       Toma una hoja tamaño carta  y haz una raya medio, divídela en dos, escribe una lista de todas aquellas limitantes y debilidades que han arruinado tu vida.
2.       Haz otra lista de todos aquellos recursos y habilidades con los que cuentas, de los que te sientes orgulloso.
3.       Al terminar,  compara  y date cuenta qué sensación te produce cada una de tus listas. Checa qué descubres al compararlas.


Dedícate este tiempo a reinventarte y una vez que hayas terminado, compara y saca tus conclusiones.

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