El primer intento a menudo falla. Además, las personas sienten un pánico
angustioso a la crítica. Y sobre todo a cometer una equivocación delante de los
demás.
Por
esa razón, muchísimos primeros intentos ni siquiera llegan a producirse. Los
segundos intentos son aún más raros. Y los terceros, casi inexistentes. Suelen
olvidar que «a
la tercera va la vencida».
Si
te conformas, te encoges. La vida se estanca y se detiene o, cuando menos,
fluye a trompicones.
A
veces piensas que tu momento nunca llegará, pero un día, una hora, un minuto
después, por fin todo se resuelve. Resultaría lamentable abandonar la carrera
en la línea de meta. Si te detienes antes de llegar, nunca sabrás qué te
aguardaba al otro lado. ¡Y
sólo por no haber dado unos pasos más!
Cada
objetivo tiene su propio calendario. Unos se toman más tiempo y otros menos.
Puede tardar, pero aun si llega después de cien intentos, obtienes mucho más de
lo que conseguirías si desistieras tras la primera negativa. Muchas victorias
deben su éxito al enésimo intento.
Evita
tomarte un «no» como algo personal y no te
enemistes cuando recibas una negativa. Todo el mundo tiene derecho a tomar sus
propias decisiones, aunque contravengan tus planes. Incluso si crees que la
persona que te dice «no» se equivoca, no te enojes. Tu
alma es demasiado grande como para que una palabra tan pequeña te inmovilice.
Y
por otra parte, si crees que no, es que no; incluso antes de formular la
pregunta. La respuesta está en tu mano.
Existe
cierta clase de gente que se encargará de intentar dinamitar cualquier idea
ajena con posibilidad de prosperar. Sus censuras y críticas son reflejo de sus
propios fracasos. En el fondo, se trata de las mismas personas que aguardan
sentadas a la puerta de su casa, esperando un golpe de suerte que nunca llega;
algunas de ellas sólo se levantan de sus sillas para desbaratar el esfuerzo del
vecino.
A
veces, experimentas ciertas pérdidas para pasar a ganar acto seguido. Es
cierto: todos perdemos en alguna ocasión y pasamos por ciertos altibajos. Quien
se siente abatido porque perdió un amor, está rechazando nuevas oportunidades para amar y ser amado; y lo mismo
ocurre con el dinero. Dejas marchar algo para, acto seguido, hacer lugar a lo
nuevo.
Sé
que estás acostumbrado a retener y a exigir. Sin embargo, es preciso aprender a
desaferrarse y a dejarse ir. Eso no significa quedarse sin nada; soltar es
liberar pero también es liberarse. A veces, son las cosas las que nos poseen, y
no al revés, como pudiera parecer. La vida no está estancada: es un flujo, y
eso es lo que la hace interesante.
Me
gustaría que vieras las cosas de otro modo. En primer lugar, la experiencia de
perder no te empequeñece;
te convierte en alguien más grande. En segundo lugar, no resta; sino que suma
-e incluso, a veces, multiplica-. Y en tercer lugar, ese paso atrás no te
retrasa; en realidad, te da impulso y te catapulta al infinito.
Estés
donde estés y ocurra lo que ocurra, estás avanzando.
Seguro
que a lo largo de tu existencia debiste hacer frente a las inevitables pérdidas
que forman parte de la vida misma. Después, descubriste que tu pérdida dio paso
a lo inesperado. ¡Cuántas
veces algo nuevo llegó a ti, abriéndose camino por entre tus pérdidas y tus
dificultades! Hay una explicación: el Universo está operando, te echa una mano
y se pone a trabajar para ti.
Cuando
pierdas, no olvides la lección.
Interprétalo
así: unas manos vacías se hallan llenas
de lo que están a punto de recibir. Si esas manos hubieran estado agarrándose a
quién sabe qué, no podrían acoger nada nuevo. En la vida se producen unas
cadenas de casualidades que engarzan
las pérdidas con las oportunidades.
A
veces la ganancia es sutil e inesperada. Es cierto que las pérdidas son
inevitables, pero por larga que sea la triste noche, cada día amanece de nuevo.
Y
no te consientas convivir con las pérdidas más de lo imprescindible. Una vez
has extraído el jugo de su enseñanza, seguir exprimiendo
la pérdida no conduce a nada. Lamentarse, tampoco. El patrón del «pobre de mí» es una farsa de conducta que
proporciona un rendimiento paupérrimo.
En
alguna página de este manual, has leído que la felicidad no tiene nada que ver
con lo que ganas o pierdes, sino con tu actitud ante ambas situaciones. La
alegría y la tristeza son la liberación de tus representaciones interiores, el
modo en como valoras tus experiencias. No se trata de cuánto perdiste, sino de
cómo lo valoraste entonces y de cómo lo recuerdas ahora.
Sonríe
cuando recuerdes tus pequeños y grandes desastres del pasado. Eso disolverá las «moléculas emocionales» del trauma porque el
subconsciente archivará de nuevo el recuerdo, sólo que esta vez le asociará una
sonrisa.
Quiero
que sepas que ninguna pérdida es en realidad definitiva.
Ya
sé que esta afirmación contradice los esquemas que hasta hoy has manejado, pero
ahora es el momento de realizar algunos cambios. Si no ¿Por qué empezaste a leer este
manual?
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